lunes, 1 de febrero de 2010

ESTATUAS OLVIDADAS










El lago Orizatlán… Donde la historia se convirtió en piedra

Fue hace mucho tiempo. Don Jerónimo Monterrubio Cervantes, llegó a Reynosa, procedente de San Felipe Orizatlán, Hidalgo, en el año 1952. En esta tierra calera, echó raíces. Con su esposa, doña Susana Amador García, procreó siete hijos, Miguel, Mercedes, Noé, María, Jerónimo, Ezequiel y Susana. También, levantó un rancho. Todo esto, allá por 1958. En un principio, era sólo un rancho agricultor y ganadero, pero luego quiso “hacerle más” y pensó en un lago.

Sería un lago artificial… y también habría una construcción en medio. Así que, las remodelaciones a su propiedad, ubicada rumbo a la carretera a Río Bravo, cerca de la colonia Almaguer, iniciaron en 1966 por el casco del lugar, que años después, sería el restaurante, cuando don Jerónimo quiso compartir con los reynosenses su campirano legado personal, que sería un magnífico escenario al aire libre en donde la historia se convertiría en piedra.

Amante de la historia de México, don Jerónimo quiso construir estatuas en su propiedad. Que entre los mezquites y los huizaches del lugar, se asomaran los insignes personajes de las gestas heroicas de nuestro país, alfombrados del zacate y las nopaleras; también aquellos, productos de los mitos y leyendas; así mismo, los protagonistas de los acontecimientos de ese entonces. Pero… ¡él no era escultor!

Merodeando por las cercanías de su rancho, don Jerónimo vio una construcción que llamó su atención: Una pirámide. No era una obra arquitectónica prehispánica, sino más bien, actual, pero con las características del arte precolombino y albergaba un mercado de artesanías. Era el Indian Market. La edificación aún se puede ver, lateral a la carretera que lleva a la vecina ciudad de Río Bravo, cerca del aeropuerto de Reynosa.

Don Catarino Hernández fue una de las personas que participó en la construcción de esta pirámide. Un sencillo albañil, que se convertiría en escultor a solicitud de don Jerónimo, quien lo contrató para trabajar en su rancho y levantar las más de 5o estatuas, construidas burdamente con varilla y cemento. Ambos trabajaron a la par. Don Catarino tuvo que lidiar con el fuerte temperamento del dueño del rancho, que era sumamente perfeccionista.

Y así nació el Lago Orizatlán, en lo que sería primero, un racho particular y después, un lugar de recreo abierto al público, en donde muchos reynosenses de mi generación, disfrutamos de niños, en la década de los 70´s de los 1900, pues había una gran alberca construida sobre el nivel del piso, decorada con detalles prehispánicos, a la usanza de las piletas de agua de los ranchos... y una más, como chapoteadero, para los pequeños.

En el restaurante, vendían tortas y “sodas”, y a donde corrieras, te encontrabas con un serio Benito Juárez sosteniendo en sus manos Las leyes de Reforma, a un enérgico Miguel Hidalgo rompiendo las cadenas de la esclavitud o a un Fray Juan de Zumárraga defendiendo a un indígena de un militar español.

Había dos cosas que me impresionaban. Una, era una enorme escultura, situada en la entrada del sitio, de un poderoso indio. Tenía las piernas abiertas y en medio de ellas, pasaban los vehículos repletos de familia que iban a celebrar el “día de la coneja”, un cumpleaños o simplemente, de “pic nic”. La figura me recordaba el Coloso de Rodas… no sé qué pasó con ella. Ni tampoco con los otros conjuntos escultóricos, como la Decena Trágica o la alegoría de “¡Tierra y libertad!” con Emiliano Zapata, que flanqueaban la pequeña brecha desde la entrada hasta el centro del lugar.

La otra cosa que me sorprendía, era el águila de la fundación de Tenochtitlan. La gran figura del ave, con sus alas abiertas y en su pico, la serpiente, la situaron en las márgenes del lago artificial, en donde uno paseaba en lanchas. ¡Era como Texcoco! Esa majestuosa águila, aún se puede ver en los ya abandonados terrenos de lo que fue Orizatlán.

Maximiliano y Carlota, Hernán Cortés y el árbol de la Noche Triste, el Pípila, doña Josefa Ortiz de Domínguez, Adán y Eva, la Piedra del Sol, Cuauhtémoc, son algunas de las esculturas que aún se conservan en el lugar, herencia de don Jerónimo, quien, como ya no podía mantenerlo, vendió el rancho en el año de 1976 a Juan Gastélum Castro, quien fundó ahí la Facultad de Veterinaria

de la entonces Universidad Valle del Bravo… en las puertas de madera del viejo casco, aún están las calcomanías indicando las aulas.

La carrera ofrecida por la institución no tuvo tanta demanda. El lugar se abandonó. Con el tiempo y ante el crecimiento de la industria maquiladora, empezó a fraccionarse para su venta. Las esculturas de la brecha de la entrada fueron quitadas e iniciaron la construcción de una carretera… la que lleva al Puente Reynosa-Phar.

Algunas esculturas fueron llevadas al Centro Recreativo Campestre de los “petroleros”; otras, a ranchos particulares y muchas más, demolidas. Del legado cultural de don Jerónimo Monterrubio Cervantes quedaron sólo vestigios, cuando él tenía la esperanza de que alguien continuara con ese proyecto.

Ahora el esplendor del Lago Orizatlán se puede ver sólo en fotografías de la época y en las narraciones de personas que admiraron la belleza del sitio. Es escenario para proyectos fotográficos o cinematográficos amateurs, para investigaciones estudiantiles con la inquietud de rescatar la herencia primitiva del lugar.

Quien ésto escribe, como catedrático de Historia del Arte y periodista, inició un proyecto con sus alumnos, denominado “Estatuarias”. En el proceso de investigación, se platicó con Juan Gastélum Castro, quien se entusiasmó con la idea, pero la Universidad Valle del Bravo, cambiaría a Universidad del Valle de México y la actual administración, no desea ningún nexo de sus maestros o estudiantes con el ingeniero Gastélum… ¿por qué? ¡vaya usted a saber!




Del mismo modo, a pesar de su hermetismo referente al tema de Orizatlán –externando su decepción por la condición actual del sitio-, se charló también con el señor Jerónimo Monterrubio Amador, hijo del fundador del rancho Orizatlán, para que brindara su apoyo. “Ya no está en manos de nuestra familia hacer nada” –dijo.

Algunos, han intentado restaurar las figuras, pintarlas e incluso, limpiar el área. Cualquier persona puede entrar y salir de ahí, no hay quien cuide, no hay un custodio de las estatuas, no hay quien resguarde la historia.

El Lago Orizatlán, después de ser un sitio donde la historia se convirtió en piedra, ya no existe… se volvió historia.