domingo, 9 de enero de 2011

LA MÚSICA Y YO

Este texto, me lo solicitó mi buen amigo, el excelente fotógrafo Homero mARTin, para un video que realiza sobre los procesos de formación artística que se dieron en el recién concluido trienio en el IRCA y cómo especialmente la música ha sido una experiencia sumamente enriquecedora en niños, jóvenes y adultos.

LA MÚSICA Y YO

(Una alusión a la experiencia de
un niño reynosense en la música)

Por Jorge Eduardo
Sánchez Martínez

Cuando no me ve nadie, como ahora, me gusta imaginar a veces si no será la música la única respuesta posible para muchas preguntas.


Y es que desde que el hombre existe, ha habido música, pero también los animales, los átomos y las estrellas hacen música. Todo el universo es música, pero me entristece que el mismo hombre con sonidos violentos, se ha encargado de descomponer esa bella obra.

Notas desgarradoras, partituras de dolor, compases de tristeza, sombrías ligaduras que conducen a una escala de desesperanza en un obscuro pentagrama de desamor y después, nada… un silencio… un silencio que yo no quiero escuchar… un silencio que lacera… el grito silencioso de la muerte.

No se escucha nada, pero… ¿qué es eso? ¿qué belleza escuchan mis oídos? El silencio se rompe con tenues sonidos llenos de una profunda armonía. ¡Qué hermoso! Es el trinar de los pájaros, el fluir del agua en el cauce del río, el viento acariciando las hojas de los árboles… ¡Dios ha querido escribir nuevamente una nueva sinfonía!

Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable, es la música.

Entonces, tomo mi violín. Y otro niño, con la misma esperanza en un mejor futuro, llega con su cello; uno más, con su clarinete y aquel, con la trompeta.


¡Esa es la magia de la música! Y me siento contento por ello, feliz por unirme a otros con la misma esperanza que yo, con los mismos ideales de libertad, pues la música nos libera.

En la música, todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad.

Y llegan más, muchos más, con la esperanza de un nuevo concierto en el gran escenario de la vida; convencidos, como yo, de que la música es la única respuesta posible para muchas preguntas… y también, para contrarrestar tanta violencia, pues no sólo es más fácil sino más bello, llevar sobre nuestros hombros un instrumento, que un fusil; es más sencillo memorizar las notas de una partitura a recordar las estrategias de guerra; es más simple y más pleno ser feliz, que vivir atemorizado por cuando se irrumpe el silencio con los sonidos de la muerte.


¡Yo no quiero muerte! ¡Yo quiero vida! ¡Yo quiero música!

Por eso me uno a otros en un perfecto ensamble de amistad, en una orquesta de convivencia, un coro cuyo canto eleva su oración al cielo y es que la amistad es como la música, ya que dos cuerdas del mismo tono vibrarán a la vez aunque sólo se pulse una.

Y no lo hago sólo por mí, sino por aquel que escucha mi mensaje de notas y de paz, de sonidos y de amor, de armonía y de esperanza, porque el que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla.

Ahora somos muchos… Nosotros, que estamos arriba; los que están sentados, absortos con el vaivén de los arcos de nuestros violines; de cómo inflamos nuestras mejillas infantiles y sacamos el aire para emitir bellos sonidos por las flautas, los trombones y las tubas; de cómo con energía damos un sonoro golpe a los timbales o platillos… Mientras ahí, al frente, un hombre con una varita mágica, pone orden a la magistral obra.


Él nos ha enseñado la disciplina que debe haber al momento de tocar una melodía y esa enseñanza ha sido de utilidad en nuestras vidas, pues todo en la vida implica un ordenamiento y esto nos ha hecho ser no sólo buenos músicos, sino buenos hijos.

Y luego, cuando todo acaba y me aplauden y piden un “encore” *, el orgullo en los míos es tan grande, que entonces me siento bien y pienso que todo ha valido la pena, que el esfuerzo no ha sido en vano, porque con mi música habré sensibilizado a niños, a jóvenes, a adultos y todos habrán sentido una necesidad de ser mejores y de crear una mejor sociedad, más justa, más fraterna, más humana.



Entonces, iniciaremos todos un mismo diálogo, porque la música comienza donde acaba el lenguaje y como es el final de un bello principio y el principio de una sinfonía sin final, seguiremos disfrutando por siempre de esta herencia del Instituto Reynosense para la Cultura y las Artes.

¡Música, maestro!

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